Locuras transitorias

La locura consumió su mente durante un tiempo. Sus hijos y su esposa comenzaron a temerle, no comprendían sus palabras y dudaban de sus intenciones. Alguien les aconsejo partir, viajar ligeros, pero nunca lo hicieron. La sombra de la locura siempre ronda, como una nube y una sombra alrededor del árbol, afecta a raíz, tronco y ramas. Otros han caído en algo similar, más malévolo. Un dolor indescriptible y contínuo le arrancó su naturaleza, ennegreció su corazón. Sólo palabras ponsoñozas salen de su boca. De vez en cuando vuelve el brillo a sus ojos, como el destello de una estrella fugaz en la noche oscura. Pero ya nadie logra percibirlo. El instinto recomienda mantenerse alejado de las mentes perturbadas, pues a todøs el dolor nos modifica como si fuese un hábil herrero, pero a algunøs les afila sus lenguas y sus estómagos comienzan a alimentarse también de lo único que han conocido con certidumbre.

Dicen que el loco un día conversó con seres de otro mundo, amenazantes y hostiles reflejaron su alma, lanzaron rayos asesinos que sólo él logró ver. Le tenía mucho afecto a ese loco que nada tenía que ver con el mundo estructurado y opaco de los adultos. Él navegaba entre las historias del Señor de Los Anillos, reía espontáneo y abiertamente. Pero algo lograba adivinar en aquel entonces, algo que la inocencia de ese etonces no me permitía vislumbrar con claridad, una sombra detrás de su sonrisa. Él se movía como un fantasma, tal vez sabiéndose ajeno a este mundo, intentando como una especie de Peter Pan de escabullirse con nosotrøs, løs pequeños, a jugar. Y la sombra de su sonrisa probablemente provenía de la comprensión de que tampoco podía pertenecer a nuestro mundo. Dura es la vida de quien no se siente a gusto en su mundo ni en ningún otro. A la mente no le queda mas escape que la fantasía y de esa forma, comenzó a pasar más tiempo en La Historia Sin Fin, hasta que ya no pudo reconocer cuando se encontraba dentro del libro o fuera de él.

Su historia se relata como el cuento de Caperucita Roja, enseñándonos a temerle al lobo de la locura. Pero el lobo habitaba en mi ser desde aquel entonces, como una semilla destinada a germinar ante destellos precisos.

El control no es más que una sombra, una idea, pero jamás se desvanece el temor a perderlo, a dejarse ir. A parpader y de pronto ver otros colores.

Camino justo al borde, haciendo equilibrio, en un limbo. Sin entrar ni salir, sintiendo la niebla en la piel, en la respiración, el frío y la humedad de un bosque enmarañado y antiguo que debe ser recorrido para llegar a destino. Me interno como si siempre hubiese pertenecido a este lugar, sin sentirme perdida, guiada por los ojos del lobo, que se me hace la criatura más maravillosa, el calor y suavidad de su pelaje entregan un poco de alivio en la soledad. Y entre los claros del bosque en una noche de invierno despejada, es posible ver miles de estrellas, hasta la más distante, formando un camino sinuoso. He logrado sentir plenitud en la naturaleza y sus dominios. Poco a poco desaparece la desesperación que antiguamente inundaba la soledad. El reto ahora es compartir y encontrar a la vez espacios para la soledad, porque la tolerancia se desliza rápidamente del corazón si no se la contiene y practica. La paciencia se torna hacia otras cuestiones aparentemente más importantes y el bullicio se vuelve molesto. Buscas entonces la tranquilidad y comienzas a moverte como un fantasma, casi como si siguieras la profecía de la no pertenencia. Pero jamás le has temido del todo a ese lobo ni al dolor que porta, es más, los invitas con frecuencia a tu morada y te comunicas de lobo a lobo y aullan como si nadie mas pudiera oírles, o tal vez ya no te fijas en esas nimiedades. La locura poco a poco nos libera de introyecciones, es esa libertad que trae consigo la que es tan temida. Lo que antiguamente era sabiduría entre los grandes chamanes, que veían en ella la oportunidad de entrar a otros mundos, sabiéndose capaces de entrar y salir cuando les placiera a sí mismos o a las poderosas fuerzas que gobiernan la naturaleza y a las cuales saludaban y reverenciaban.

Hubo también un gran sabio entre los locos que conocí, más libre que cualquiera de nosotrøs, bajo un manto siempre negro camina aún entre løs mortales, indiferente a aquello que les aqueja, preocupado de cuestiones en verdad relevantes, capaz de observar dentro del alma humana con humildad. Decidió entonces alejarse cada vez más de la enferma sociedad, interactuando con ella no más de lo necesario para supervivencia y entretencion. A la vez inmensamente sensible.

Muchøs seres en mi camino me han enseñado a amar la sensibilidad, les encuentro incluso entre esøs locøs de løs que el instinto manda a tener cuidado, incluso entre aquelløs que piensan que son sensibles pero se colocan oscuras gafas para no ver lo que tienen delante y su obra. Incluso entre aquellos que vociferan con facilidad con sus lenguas afiladas. Porque løs locøs son necesarios y naturales en el mundo, nunca como clientes del sistema que mantienen vivo el engranaje farmacéutico, sino como respiros en medio de la opresión, casi como geisers, a pesar de encontrarse muchos de elløs ciegøs ante su sabiduría y lo valioso de su aporte a las grises vidas de quienes creen nunca levantar sus mentes del suelo ni cuando sueñan. En el árbol el loco es la flor que brota, como una oveja negra que cambia el curso de las ramas. Pero dura es la vida que lleva a abrir ese tercer ojo, así como natural es el cauce del río por el que navegan. Intentamos ahogarnos nosotrøs mismøs para que ya no duela. Intentan dormirnøs…

«-No le tengas miedo a lo incierto- Nos susurran løs gatøs por la noche. – porque en lo incierto brillan luces nuevas.»

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